EDUCAR LA CREATIVIDAD Y LA IMAGINACIÓN
Nuestro tiempo reclama cada vez más personas creativas, flexibles, muy imaginativas. Y esto no sólo para que puedan adaptarse a los cambios vertiginosos y sean capaces de responder a las exigencias de un mercado laboral inseguro y muy cambiante, sino sobre todo para hacer crecer a las personas más que a la economía, pues no tiene sentido un desarrollo económico si no va acompañado del desarrollo humano.
Crear no es sólo un medio de expresar nuestra esencia humana, sino que es también una fuente inagotable de placer. Todos gozamos intensamente cuando inventamos, cuando creamos, y hasta el cansancio y el estrés suelen alejarse cuando uno se entrega a un trabajo creativo y disfruta haciéndolo. La quiebra de la creatividad nos lleva a una vida mediocre, al escepticismo, al nihilismo, a la desesperanza, y asfixia las potencialidades de ejercer de un modo responsable nuestra ciudadanía como sujetos de la historia y constructores de futuro.
El buen maestro cultiva la imaginación de sus alumnos, espolea su creatividad, suelta las riendas de su fantasía para que galopen interminables viajes por mundos apasionantes y desconocidos. Y lo hace con amor y con alegría que es el signo que acompaña siempre a cualquier tarea creadora. Lograr un clima positivo, sin temor, de respeto y confianza es estimular la creatividad. Hacer feliz a un niño es ayudarle a ser bueno.
El niño es por naturaleza creador y se va desarrollando como persona a través de su propia acción e investigación. El verdadero desafío de los educadores es mantener viva e incluso potenciar esa curiosidad, capacidad de asombro y sensibilidad de los niños. Para ello, es imprescindible promover la capacidad de observar, de imaginar, de proponer, de crear. Si logramos educadores creativos, tendremos alumnos creadores, capaces de inventar cosas y resolver problemas o situaciones problemáticas. Educadores rutinarios, que han perdido la capacidad de asombro y conciben el hecho educativo como un ejercicio tedioso y autoritario que cultiva la copia y la repetición, sólo lograrán asfixiar y castrar la capacidad creativa de los niños.
Uno de los medios esenciales de asfixiar la creatividad es tratar a todos los niños como iguales, cuando son tan diferentes. El primer paso para abrir la escuela a la creatividad es entender que los niños son distintos, que piensan distinto, que les gustan cosas distintas y, en consecuencia, incentivarlos a que hagan cosas originales, a que se animen a imaginar, proponer e inventar.
Fomentar la creatividad supone esforzarse por conseguir un clima positivo, de verdadera comunicación y apoyo, un ambiente de valoración de los esfuerzos y logros, una pedagogía penetrada por la alegría y el amor. Sólo en un clima de motivación y alegría, de experimentación e investigación, fluirá pujante la creatividad. Esto supone también superar esa simplificación absurda que entiende la libertad como permitir a los alumnos hacer lo que quieran sin motivar y guiar su actividad. Contra lo que podría suponerse, la creatividad no se opone a la planificación y al orden, sino que los exige.
El juego es uno de los medios más creativos que tienen los niños y las niñas y es esencial para su adecuado y normal desarrollo; por eso es preciso que esté presente en sus actividades cotidianas. Se entiende por jugar toda actividad que se hace por puro placer. Se juega por el gusto de jugar, y si bien es fuente importantísima de aprendizaje, su objetivo es disfrutar, no aprender. El juego posibilita descubrir nuevas realidades, y es un medio extraordinario para adaptarse al medio familiar o social. A través del juego el niño conoce a otros niños y hace amistad con ellos, reconoce sus méritos, coopera y se sacrifica por el grupo, aprende a respetar acuerdos y normas. El juego permite al niño inventar, dar rienda suelta a la fantasía, crear reglas; fomenta la comunicación, la expresión; favorece la autoestima y la socialización.