Era una vieja tira cómica en que Ramona y familia trataban de educar al padre, Pancho. “Para un estudiante de grado doce es muy complejo enfrentar el largo, difícil y nuevo camino…” Así comenzaba el trabajo de fin de grado de mi hijo. Y luego parafraseaba a Estanislao Zuleta en su ensayo “El elogio a la dificultad”: “en vez de desear una sociedad en la que sea realizable y necesario trabajar arduamente para hacer efectivas nuestras posibilidades, deseamos un mundo de satisfacción, una monstruosa salacuna de abundancia pasivamente recibida.”
Y algo así pensaba sobre la educación, hace 20 años: “la educación, tal como ella existe en la actualidad, reprime el pensamiento, trasmite datos, conocimientos, saberes y resultados que otros pensaron, pero no enseña ni permite pensar”. Para Zuleta la enseñanza era un proceso autoritario y de intimidación entre el que sabe y el que no sabe y en el cual prosperaban dogmas religiosos, políticos, ideológicos y de conocimientos. Él decía que nuestro sistema educativo era rígido y solo pretendía formar hombres competitivos, enajenados y eficientes en una sociedad cruel y materialista, basada en la rentabilidad, la productividad y la competitividad, en donde hombre y conocimiento son mercancías.
Para Zuleta “todo hombre racional es un hombre desadaptado, porque es un hombre que pregunta; por el contrario, el hombre adaptado es un hombre que obedece…” La educación pretende producir un hombre sin autonomía.
“Hay dos maneras de ser maestro: una es ser policía de la cultura y otra es ser inductor y un promotor del deseo. Ambas cosas son contradictorias”. Eso decía Zuleta hace 20 años. Pienso que algo cambió. Creo que tanto los maestros, como el contenido y la forma han cambiado. Sin embargo, con la gigantesca velocidad en la generación de nuevo conocimiento, colegios y universidades deberían ser más escenarios de crecimiento del ser que del saber y del hacer. Además, las metas del milenio en educación no se cumplieron. La deserción escolar y la repetición de años perdidos deberían ser de cero y no es así. Más aún, la educación sigue siendo elitista. Un joven de estrato 1 y 2 de un colegio público obtiene 65 puntos menos, en promedio, que un estudiante de estratos 4, 5 y 6 en las pruebas para entrar a la universidad. Para colmo, menos de la mitad de los bachilleres podrán entrar a la universidad. De los que lo logran, casi la mitad no terminará la carrera; y de los que terminen, casi el 30% no conseguirá empleo.
El deber de padres, colegios, universidades y estado es dar a los jóvenes las herramientas para enfrentar, de la mejor manera posible, ese largo, difícil y nuevo camino así como abrir las puertas de oportunidades y empleos.
Hay que ver todo lo que se aprende de los hijos…
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